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domingo, 27 de julio de 2014

"Este niño es divino."


por N. Kasturi
uego de anunciar al mundo su realidad diciendo soy Sai Baba, los jueves se convirtieron en grandes acontecimientos en Uravakonda. Sathya asombró a todos cuando comenzó a "materializar" retratos de Sai Baba de Shirdi, retazos de la tela de gerua que llevaba este primer Sai, dátiles, que eran las ofrendas que se acostumbraban hacer en Shirdi, así como flores, frutas, trozos de azúcar blanca y ceniza (udi), sacados también de la nada y no de la hoguera, como lo hacía Baba de Shirdi.
Un buen día, los maestros de la escuela superior llegaron en grupo, decididos a probarlo con una serie de preguntas respecto del Vedanta, la disciplina espiritual, etcétera, que habían seleccionado y preparado con este propósito. Se las plantearon directamente, lanzándoselas desde todos los ángulos, sin orden ni concierto. Cuando terminaron, El les entregó las respuestas en el mismo orden en que le habían sido planteadas las preguntas, dirigiéndose en cada caso al profesor que la había hecho y pidiéndole que pusiera atención a la respuesta que le daría. Aparte de lo correcto y adecuado de las contestaciones que fue dando, su precisión al recordar a cada uno de sus interrogadores con sus respectivas preguntas, ya constituía una proeza intelectual.
Fue entonces que se recibió una invitación de algunos prohombres de Hospet, la cual le dio una idea a Seshama Raju. El asistente del inspector de escuelas, el oficial de salud, el ingeniero y algunos consejeros municipales y comerciantes deseaban que Sathyanarayana fuera a verlos. Hospet queda a algunos kilómetros de distancia de las ruinas de Hampi, la capital del antiguo imperio de Vijayanagara. El hermano pensó en aprovechar esa oportunidad para un paseo campestre que podía ayudar a mejorar las condiciones mentales del niño. La fecha era propicia, ya que coincidiría con el feriado de Dasara (festival que celebra la victoria del bien sobre el mal).
Acamparon en medio de las ruinas. Se pasearon por las calles, alguna vez flanqueadas por tiendas de joyeros y floristas, recorridas por hombres y mujeres de todas las naciones de Oriente y por viajeros y comerciantes del Medio Oriente y el Mediterráneo. Visitaron los establos de los elefantes, el Palacio de las Reinas, el monte Vijayadasami, y luego se dirigieron al templo de Vittalanataswami. Miraron el cerro de piedra, el monolítico Narasimha y el gigantesco Ganapati. Finalmente, llegaron hasta el templo del Señor Virupaksha, el dios patrono de los emperadores Vijayanagara, quienes habían venerado y protegido la cultura hindú por casi tres siglos, desde 1336 hasta 1635.
Todos notaron que, durante la mañana, Sathya caminó entre las ruinas como si anduviera en un sueño. Un venerable sabio, que estaba sentado frente a uno de los templos, comentó sobre él: "Créanme, este niño es divino". Cuando el grupo se dirigió al templo de Virupaksha, Sathya se unió a ellos, pero se mostró más interesado en la altura y majestuosidad del Gopuram que en participar en el culto en el altar, de modo que se quedó afuera y nadie insistió en que entrara con los demás. En la ceremonia, luego de que balanceó la llama de alcanfor frente al altar del lingam (símbolo oval de la Creación), el sacerdote les indicó a los peregrinos que podían acercarse para mirar la imagen sagrada, ya que las llamas la iluminaban. ¡Para gran asombro de todos, vieron a Sathya dentro del altar! Estaba de pie en el lugar del lingam, inmóvil y sonriente, aceptando sus reverencias. Todo se estaba volviendo tan extraordinario e inesperado en torno del "niño", que Seshama Raju fue en su busca para cerciorarse de que no se había escondido en el santuario sin que nadie se diera cuenta. De modo que salió rápidamente sólo para encontrar a Sathya afuera, apoyado en un muro y con la mirada perdida en el horizonte...
Ese día realizaron un ritual especial para Sathya, aunque no era jueves, porque sentían que se confirmaba el hecho de que era una manifestación divina. El relato de que Sathya había sido visto como Virupaksha ya había llegado hasta allá, antes de la llegada del grupo. Al día siguiente, un jueves, Sathya, como Sai Baba, sanó a un tuberculoso crónico con un mero toque de su mano y lo hizo levantarse y caminar más de un kilómetro. Para los devotos, materializó una gran variedad de objetos, con lo cual el entusiasmo de la gente era desbordante. Los cantos devocionales se prolongaron hasta altas horas de la noche, ya que nadie mostraba ánimos de terminar.
Tomado del libro "La vida de Sai Baba"

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