"Fueron celebrados con gran entusiasmo todos los
habituales eventos festivos. Todas las noches, sentado sobre la arena en el patio delantero, Swami charlaba con nosotros. Nos contó el incidente con un sanyasi (renunciante) desnudo:
"La gente de Bukkapatnam está celosa de Mi.
La única excepción la constituye la familia Yadala. Llegó
hasta allá un asceta desnudo. Era feo y no tenía piernas.
Pensando humillarme, vino acá en un palanquín, seguido por
una gran multitud. Ya saben lo crédula que es nuestra gente. Oyendo que había llegado un gran sanyasi, comenzaron a arremolinarse en tomo a él y a ofrecerle leche y frutas.
Me repugnó su desnudez, de modo que entré.
Interpretando este hecho en favor de ellos, sus discípulos
comenzaron a gritar:
'El Baba de ustedes le tiene miedo a nuestro Gurú, por eso se
encerró adentro. Baba tiene que reconocer la derrota'.
Esto sucedió hace tiempo. En esa época vivía aquí una devota llamada Subbamma, la que cuidaba de todas Mis necesidades
y hasta solía alimentarme con bocados de arroz que me daba
de su propia mano. Primero, le envié al sanyasi un dhoti
(ropa de hombre) y le pedí que se lo pusiera.
Sus seguidores gritaban:
'Aquel que vea primero al otro, será el vencedor'.
No les hice caso. Llegó un mensajero invitándome a salir.
Traía algo de café y me pidió que lo tocara en señal de
bendición. Indiqué que no lo haría. Entonces, vino
el sanyasi mismo y cayó a Mis pies.
Afuera resonaban fuertes aplausos y ovaciones. Me dijo:
'Swami, por favor, dame un ídolo'.
Cuando inquirí: '¿Para quién?', replicó:
'Es para mis devotos'.
'Si tus devotos te adoran a ti como Dios, ¿para qué necesitan
Mi estatua?', pregunté.
'¡Bueno! Dame una fotografía, por lo menos', insistió.
'Tú mismo eres un Baba..., ¿para qué necesitas la,
fotografía de otro Baba?', dije.
Incapaz de, seguir con este 'jueguito', y avergonzado de sí
mismo, me pregunto humildemente:
'¿Qué debiera hacer ahora?'.
Le respondí:
'Abandona este horrible hábito de andar desnudo, líbrate de
esos seguidores tuyos, retírate a algún lugar tranquilo y medita
en Dios. Entonces serás apropiadamente reformado'.
Mientras le corrían las lágrimas por el rostro, se inclinó
ante Mis pies y se marchó.
Todos los farsantes discípulos suyos huyeron sin decir palabra.
Hace largo tiempo que sucedió."
habituales eventos festivos. Todas las noches, sentado sobre la arena en el patio delantero, Swami charlaba con nosotros. Nos contó el incidente con un sanyasi (renunciante) desnudo:
"La gente de Bukkapatnam está celosa de Mi.
La única excepción la constituye la familia Yadala. Llegó
hasta allá un asceta desnudo. Era feo y no tenía piernas.
Pensando humillarme, vino acá en un palanquín, seguido por
una gran multitud. Ya saben lo crédula que es nuestra gente. Oyendo que había llegado un gran sanyasi, comenzaron a arremolinarse en tomo a él y a ofrecerle leche y frutas.
Me repugnó su desnudez, de modo que entré.
Interpretando este hecho en favor de ellos, sus discípulos
comenzaron a gritar:
'El Baba de ustedes le tiene miedo a nuestro Gurú, por eso se
encerró adentro. Baba tiene que reconocer la derrota'.
Esto sucedió hace tiempo. En esa época vivía aquí una devota llamada Subbamma, la que cuidaba de todas Mis necesidades
y hasta solía alimentarme con bocados de arroz que me daba
de su propia mano. Primero, le envié al sanyasi un dhoti
(ropa de hombre) y le pedí que se lo pusiera.
Sus seguidores gritaban:
'Aquel que vea primero al otro, será el vencedor'.
No les hice caso. Llegó un mensajero invitándome a salir.
Traía algo de café y me pidió que lo tocara en señal de
bendición. Indiqué que no lo haría. Entonces, vino
el sanyasi mismo y cayó a Mis pies.
Afuera resonaban fuertes aplausos y ovaciones. Me dijo:
'Swami, por favor, dame un ídolo'.
Cuando inquirí: '¿Para quién?', replicó:
'Es para mis devotos'.
'Si tus devotos te adoran a ti como Dios, ¿para qué necesitan
Mi estatua?', pregunté.
'¡Bueno! Dame una fotografía, por lo menos', insistió.
'Tú mismo eres un Baba..., ¿para qué necesitas la,
fotografía de otro Baba?', dije.
Incapaz de, seguir con este 'jueguito', y avergonzado de sí
mismo, me pregunto humildemente:
'¿Qué debiera hacer ahora?'.
Le respondí:
'Abandona este horrible hábito de andar desnudo, líbrate de
esos seguidores tuyos, retírate a algún lugar tranquilo y medita
en Dios. Entonces serás apropiadamente reformado'.
Mientras le corrían las lágrimas por el rostro, se inclinó
ante Mis pies y se marchó.
Todos los farsantes discípulos suyos huyeron sin decir palabra.
Hace largo tiempo que sucedió."
Extraído del libro: “Fuera de ti no hay refugio”,
por Smt. Vijayakumari