Entrevista con Sai Baba
Preguntas a rueda libre.
Estaba bastante lejos de pensar que pronto me iba a ser ofrecida, realmente sobre una bandeja de plata, la contestación a mis preguntas. El darshan del día siguiente concluyó con una invitación a una interview del grupo de la organización italiana. Junto a nosotros, había sido llamado también un grupito de otros italianos. Todos hicimos la acostumbrada antesala, antes de que Baba entrara en la sala de las audiencias.
La entrevista de Baba, aun para quien ya tuvo más de una, es siempre una novedad excitante, y la espera de ese encuentro es tan emocionante que siempre deja a todos en profunda meditación.
Ahora ya parecía un ritual el hecho de que, al entrar a la sala, Baba encendiera el ventilador, después de haber cerrado la puerta. Estos gestos humildes, que cualquier soberano delegaría a la servidumbre, los cumplía Él con extrema desenvoltura, de verdadero dueño de casa y como un muy cordial anfitrión. Ningún séquito imponente, ninguna corona de flores, ningún traje de circunstancia para nosotros, ni obligación alguna de levantarnos de pie a su llegada. Tranquilamente sentados en el suelo, según la agradable costumbre hindú, lo esperábamos como el más amigo de los amigos, que no impone etiqueta alguna a los propios invitados y siempre lo hace sentir cómodos, aun cuando se excedieran por tosquedad e ignorancia.
Con respecto a esto, el biógrafo de Baba, Kasturi, en su autobiografía que se titulaAmando a Dios, cuenta un episodio que se refiere al comportamiento demasiado desenvuelto de un grupo de huéspedes “maleducados”. Es una historia que demuestra cuán distintos son los criterios de juicio de Baba en comparación con nuestras etiquetas.
«Por más que admiraba la profunda devoción del grupo de telengana, no podía soportar el comportamiento alborotador, muchas veces hasta en presencia de Bhagavan. Se tomaban la libertad de abrir la cajita de plata personal de Baba, de donde tomaban el tupari. Los observé comportarse como los vaqueros de Vrindavana, mientras se tomaban la libertad de tomar bananas de los cestos colocados en la habitación de Baba, pelarlas y comérselas en un abrir y cerrar de ojos, tirando después las cáscaras al suelo, dejándolas desparramadas acá y allá.
“No deberían ser tan descarados”, confié a mi amigo Radhakrishna de Coimbatore. Él compartía mi opinión y sacudía con desaire la cabeza en señal de desaprobación. Estábamos muy disgustados por semejante falta de respeto hacia ese lugar tan sagrado y, naturalmente dicho entre nosotros, observábamos la gran tolerancia de Baba que les permitía comportarse de ese modo. El colmo fue cuando Baba decidió acompañarlos a su pueblo natal, el mismo día que habían programado volver a sus casas. Los jeep que varias semanas antes los habían conducido a Prashanti y que en esos días nos habían sido útiles para llegar a los lugares elegidos para las giras campestres, tanto en el medio de la jungla como en las orillas del Citravati, ahora habían retomado el camino a casa. Surgió en mí el intenso deseo de unirme al grupo, cuando oí a algunos de ellos hablar del programa con Baba, que incluía variadas e interesantes excursiones a lugares magníficos, […] que ya años antes, en un viaje que hice con mis estudiantes con motivo didáctico, había tenido la ocasión de visitar. […] Nadie sabía exactamente a quién Baba favorecía incluyéndolo en el grupo. Estábamos pues todos reteniendo el aliento e impacientes. De la escalera circular que llevaba a la pieza de Baba vi aparecer dos gruesas valijas y, al mismo tiempo, un joven de Telengana, agitadísimo, corrió hacia mí, y me dijo: “¡Swami te quiere…!”. La frase no había sido concluida, pero yo la interpreté como un “¡Súbete al jeep!”.
“No deberían ser tan descarados”, confié a mi amigo Radhakrishna de Coimbatore. Él compartía mi opinión y sacudía con desaire la cabeza en señal de desaprobación. Estábamos muy disgustados por semejante falta de respeto hacia ese lugar tan sagrado y, naturalmente dicho entre nosotros, observábamos la gran tolerancia de Baba que les permitía comportarse de ese modo. El colmo fue cuando Baba decidió acompañarlos a su pueblo natal, el mismo día que habían programado volver a sus casas. Los jeep que varias semanas antes los habían conducido a Prashanti y que en esos días nos habían sido útiles para llegar a los lugares elegidos para las giras campestres, tanto en el medio de la jungla como en las orillas del Citravati, ahora habían retomado el camino a casa. Surgió en mí el intenso deseo de unirme al grupo, cuando oí a algunos de ellos hablar del programa con Baba, que incluía variadas e interesantes excursiones a lugares magníficos, […] que ya años antes, en un viaje que hice con mis estudiantes con motivo didáctico, había tenido la ocasión de visitar. […] Nadie sabía exactamente a quién Baba favorecía incluyéndolo en el grupo. Estábamos pues todos reteniendo el aliento e impacientes. De la escalera circular que llevaba a la pieza de Baba vi aparecer dos gruesas valijas y, al mismo tiempo, un joven de Telengana, agitadísimo, corrió hacia mí, y me dijo: “¡Swami te quiere…!”. La frase no había sido concluida, pero yo la interpreté como un “¡Súbete al jeep!”.
Subí la escalera de a dos peldaños, corrí hacia el cuarto de Baba. Estaba hablando con Seshagiri Rao. Se dio vuelta hacia mí y me dijo: “Kasturi, ¡te quedarás acá! Llevaré conmigo a Seshagiri Rao. Esa gente que se toma tanta libertad conmigo a ti no te gusta. Lo que más te ha molestado a ti y a tu amigo Radhakrishna ¡no es otra cosa que pura y simple envidia! ¿No te parece que, por el contrario, habrías debido ponerte contento de que hubieran acudido tantas personas de Telengana para estar cerca de Swami? Seshagiri Rao ha sabido disfrutar esa alegría. ¡Por esta razón no vienes conmigo!” Después, dirigiéndose hacia Seshagiri Rao, dijo: “Ve a sentarte en el Jeep”. Y así fue.
Bajé los dieciocho escalones cargado de remordimientos y de contrición. Confundido, miré a Swami alejarse en el Jeep en compañía de los mandriani, a lo largo de la calle destartalada que los habría llevado a la estatal asfaltada, con dirección hacia Hyderabad. Era la primera vez que me sentía en una soledad tan lacerante. […] Había mal entendido su conducta estrambótica confundiéndola por insolencia; había tomado por mezquindad su inocencia. Tenía que liberarme de los formalismos académicos que me habían arrastrado hacia abajo: la láurea, la presunción de poseer capacidades pedagógicas y la pátina de la vacía etiqueta metropolitana no eran una ventaja para que Baba me estimara. Tenía que empeñarme, como lo hacía Seshagiri Rao, con todo mi ser a desarrollar las tareas asignadas, sin dejarme complicar por la conducta de los demás. “¡No juzgues si no quieres ser juzgado!”, me amonestaba.»
Pero volvamos a nuestra entrevista. El saludo de Baba, cuando entró en la sala y fue a sentarse, derritió una sonrisa en algunas caras tensas. También yo fui observado por su tierna mirada. Primero tomó un plato argénteo, en el cual el grupito agregado de italianos ofrecía un fascículo.
«Swami», le pidieron, «son mensajes que hemos registrado. ¿Podemos obtener tu garantía de que son buenos, de que provienen de Ti?»
Baba no contestó, pero se dirigió hacia un estudiante, también presente en nuestro grupo; girando la mano a su manera acostumbrada, hizo aparecer en ella una bellísima lapicera de pluma que donó al muchacho. El joven no sabía como contener su alegría. Con la intención de autografiar el escrito que le habían presentado, pidió al muchacho que le prestara la lapicera recién creada. La abrió, insertando el capuchón en el lado opuesto y empezó a escribir. Pero la pluma no dejaba marca alguna. «¡Ah!», exclamó como para subrayar que se había olvidado de lo más importante. Después giró de nuevo la mano y en ella apareció un cartucho de recambio novísimo; lo insertó dentro de la lapicera, después, volvió a escribir, esta vez con éxito y entre las exclamaciones de maravilla de los presentes.
Firmó esos escritos. Uno del grupito me susurró al oído: «Son mensajes del más allá». Entré en crisis. ¿Por qué Baba convalidaba mensajes que sostenía ser falsos, o de cualquier modo un puro producto de la mente humana? Mi corazón latía en mi garganta, porque ardía de ganas de pedirle una explicación.
«… Porque», dijo Baba cerrando la lapicera y devolviéndola al estudiante, «también la voz registrada de la mamá, aunque no sea la voz viva; ¡es tranquilizadora para el niño que se encuentra en un momento de incertidumbre o de peligro! La cinta es la mente, la voz registrada es el eco de un recuerdo que permanece en el aire.» Pronunció esas palabras con firmeza, y terminando la frase con una mirada dirigida hacia mí. Comenzó justo con “because” (porque), en respuesta inmediata a mi interrogación. «Pero, no se olviden», prosiguió, «vuestra verdadera madre es la conciencia que palpita dentro de vuestro corazón, y su voz es escuchada más que cualquier otra voz. Siéntanse uno con el Divino y ya no habrá distinción alguna entre esa voz y la de Dios.»
Una jugada muy diplomática, con total respeto a la verdad, digna de un verdadero ser divino: ningún incentivo a las prácticas de las sesiones mediánicas, pues, pero, si a los pequeños puede servir un benéfico engaño, tanto como para no rechazar cualquier otro remedio, bienvenido también el fármaco edulcorado. Lo importante es que el remedio sea tomado. El azúcar no sirve para limpiar el aparato digestivo, pero sí para acompañar la purga que cumple esa función. ¡Cuántas cosas inventa una madre para proteger y mejorar la salud de su niño!
Me di cuenta en ese momento de que nada puede resultar contradictorio en Baba, ya que la verdad se presenta con graduaciones de color diferentes y con sombras diversificadas según el ángulo desde el cual se la mire. Por esto, aprendí a no ver ya esos contrasentidos que aparecen tan evidentes a causa de nuestro lenguaje y de nuestras miradas unívocas. Aun si hubiera querido dar confirmación de que esos mensajes eran suyos, esto también habría sido verdadero, si se piensa que todo pensamiento de buena inspiración tiene siempre un origen divino.
Cuando se lee la palabra de Baba, se descubre la amplitud de una verdad que nunca puede sufrir limitaciones de ningún género. La verdadera historia de un hombre no se construye con las anécdotas secundarias de su vida. Si es comparada con un diagrama cartesiano, ésta es la resultante de un complejo de coordenadas secundarias que enredan la principal, sin influir sin embargo sobre su movimiento ascendente dominante.
El episodio de la firma del manuscrito del grupo mediánico desencadenó en mi mente una serie de interrogantes, que trataban los argumentos más variados. Baba, que ya había demostrado no perderse ningún pensamiento nuestro, preguntó: «Si tienen preguntas de cualquier género, a condición de que no sean personales, seré muy feliz de contestarlas.»
«¿Tiene sentido la devoción a los difuntos?», pregunté yo para romper el hielo y casi para quedar en tema.
«Saben que en los Vedas, pero también en todas las demás religiones, existen ritos particulares que se cumplen en beneficio de los difuntos, con ofrecimientos, como alimentos o agua bendita, en nombre del padre difunto, de los abuelos, de los bisabuelos, etc. Algunos se ríen de estos ritos porque esas ofrendas, dicen, no llegan a los destinatarios. Pero si recordamos los mantras que se pronuncian durante los ritos se nota que esos abuelos son identificados con las divinidades, y por eso el rito es purificado. En esta ceremonia se expresa gratitud al que nos ha traído al mundo y nos ha preparado para hacer nuestra parte. La esencia de estos sacrificios es la gratitud.»
«Baba, no tengo demasiada atracción por los ritos, ¡a lo mejor porque he celebrado demasiados!». Los presentes, que me conocían, explotaron en una sincera risotada.
«En el estado preliminar», prosiguió Baba sin distraerse, «cultos y servicios religiosos, con la oferta de flores recogidas de alguna planta, son necesarios. Pero, no es justo usar el mismo sistema durante toda la vida. Sería como quedar siempre en el mismo grado de la escuela. La duración de la vida se acorta día a día; la escalera de la espiritualidad, por medio de la disciplina espiritual… Dios no existe separadamente de ustedes, en algún lugar distante. Si hicieran un serio esfuerzo de introspección, verían la divinidad que reside en ustedes mismos. Aunque al principio sea admisible dedicarse a actos devocionales exteriores, tendríamos que evolucionar a un grado más elevado. ¿Cuándo se podrá ver un progreso en nosotros si permanecemos siempre en el primer escalón?»
«¿Qué piensas Baba de nuestras costumbres familiares?», preguntó un padre de familia cuarentón.
«La madre tiene que estar detrás de los hijos en sus primeros años; si los deja en manos de la niñera o de la servidumbre, ellos aprenderán sus costumbres de vivir y de hablar, y llorarán sólo por su muerte y no por la de la madre, porque se habrán encariñado más con ellas que con la mamá que se ha quitado la carga y la ha tirado a los brazos de la servidumbre. La madre tiene que cocinar ella misma, porque el alimento preparado con amor y servido con una sonrisa es mucho más nutritivo que el preparado por una cocinera asalariada y servido por un mozo rezongón y disconforme. Las madres tienen que tomarse la responsabilidad personal de los hijos, y no confiarlos a las niñeras. Éstas pueden ser activas y sinceras, y no tengo nada que decir contra ellas, pero el niño criado por ellas pierde su fertilizante mejor, el amor de la mamá que es la mejor de las vitaminas. La casa en la cual debería ser respirada la fragancia de este amor pierde su atmósfera sagrada, y la armonía entre los familiares desaparece siempre rápidamente. Caminen y llenen el día de actividad, de manera que puedan digerir bien la comida. Traten de sentarse a la mesa sintiendo los mordiscos del hambre. En este sentido los ricos son menos favorecidos, así como ciertas mujeres son tan malcriadas que no quieren adaptarse a los trabajos manuales. La holgazanería y las blanduras causan enfermedades, mientras que una vida dura es saludable. Si cada uno decidera hacer por sí mismo todas sus tareas personales sin depender de otros, todos tendrían mejor salud.»
«La educación de los hijos es hoy un verdadero problema. El ambiente externo de la escuela o de los amigos corrompe su carácter», replicó el joven padre.
«La primera educación se enseña en la familia. Si, al estar en casa, dicen a su hijo al responder al teléfono que no están, sembrarán en él la semilla de la mentira, que después se hará un grueso árbol. Condenen lo injusto y aplaudan lo justo cada vez que lo noten en los hijos; eso los pondrá en el buen camino. Hay demasiados padres que, en presencia de los hijos blasfeman y dicen obscenidades, beben, mienten y engañan; de este modo envenenan las tiernas mentes de su prole. Alcanza que el hijo sea mandado por el padre a decir que no está en la casa cuando un visitante golpea a la puerta, para sembrar en el corazón del muchacho la semilla de la falsedad.»
Una señora, madre del estudiante hindú, declaró ser madre de otros tres hijos, lamentó la carga de la prole y presentó a Baba el delicado problema del control de la natalidad.
«Se les ha hablado de la planificación familiar y de los métodos para el control de los nacimientos. Aunque parezcan métodos exitosos, encierran muchos peligros; llevarán a la corrupción del carácter y al debilitamiento de la solidez moral, que en último análisis, es la base de la fuerza de un pueblo. El control tiene que venir de adentro; la gente tiene que aprender a controlarse valiéndose de la propia fuerza innata, y no por medio a una sanción o para recibir un premio de dinero. Los defensores del control de la natalidad miran sólo los resultados inmediatos y no ven más lejos. Son como el conductor del autobús que, por algún dinero de más sobrecarga el vehículo, pero si se le revienta una goma no tiene la plata para sustituirla, y entonces maldice su avidez.»
También había un niño de unos siete años en el grupo. Él también quiso formular su pregunta:
«Baba, ¿por qué nos haces preguntas, si ya sabes todo?»
«Baba, ¿por qué nos haces preguntas, si ya sabes todo?»
Baba sonrió, después contestó con este ejemplo:
«El Señor es como un papá, que se enternece y se conmueve cuando alguien se somete a duras penitencias. Entonces le pregunta de modo dulce y suave: “¿Qué te hace falta, hijo?”. El Señor viene al mundo para donar; pero se necesita sopesar bien la gracia que lo induce a preguntar qué necesitan. Él quiere que expresen con palabras qué es lo que desearon tan ardientemente y que hagan las preguntas al Señor, que han llegado frente a ustedes a través del ejercicio del silencio. Es un jueguito que Él ama hacer. Y, una que otra vez, quiere que la pregunta sea formulada en la manera querida por Su plan. Cuenta el Ramayana que un demonio, de nombre Kumbhakarma, fue bendecido por un tempestivo cambio de dirección de la propia lengua: efectivamente en vez de pedir “nigrah”, es decir, el poder de masacrar, dijo “nidrâ”, ¡que significa “poder de dormir”!»
«El Señor es como un papá, que se enternece y se conmueve cuando alguien se somete a duras penitencias. Entonces le pregunta de modo dulce y suave: “¿Qué te hace falta, hijo?”. El Señor viene al mundo para donar; pero se necesita sopesar bien la gracia que lo induce a preguntar qué necesitan. Él quiere que expresen con palabras qué es lo que desearon tan ardientemente y que hagan las preguntas al Señor, que han llegado frente a ustedes a través del ejercicio del silencio. Es un jueguito que Él ama hacer. Y, una que otra vez, quiere que la pregunta sea formulada en la manera querida por Su plan. Cuenta el Ramayana que un demonio, de nombre Kumbhakarma, fue bendecido por un tempestivo cambio de dirección de la propia lengua: efectivamente en vez de pedir “nigrah”, es decir, el poder de masacrar, dijo “nidrâ”, ¡que significa “poder de dormir”!»
Entre nosotros también había una enferma grave. Sabíamos acerca sus precarias condiciones de salud, pero también sabíamos que hacía tiempo que Baba la seguía protegiendo, de modo particular, de cualquier empeoramiento. Se podía decir que, aunque no había sido declarada “sanada” por los médicos, estaba en general muy bien. Preguntó a Baba si podía revelar el secreto de la buena salud. Y Baba dijo: «El secreto de la perfecta salud está en tener la mente siempre alegre, nunca preocupada y nunca apurada.»
«Mi marido», retomó la mujer, «muchas veces pierde los estribos, ¡y yo le digo que con todos sus enojos irá al infierno!»
«Los enojados no van al infierno, pero atizan un fuego infernal donde quiera que estén. Cada acción bajo forma de odio o de mal es una gran pérdida para la mente; pero todo pensamiento malo o acto de odio o cualquier impulso de reacción, si es controlado, irá a favor de ustedes. Nada perdemos controlándonos, al contrario, ganamos infinitamente más de lo que se cree. Cada vez que suprimimos el odio, o un sentimiento de rabia, acumulamos muchísima buena energía a nuestro favor. Esa cantidad de energía es transformada en los poderes más altos.»
Un señor de unos sesenta años, que se sabía que un importante industrial, hizo la siguiente pregunta a Baba: «Swami, los maestros de la espiritualidad exhortan seguido a no tener nada que ver con la plata; parecen hasta sembrar desconfianza hacia los que en la vida realizan grandes negocios. ¿Pero cómo podría mejorar el tenor de vida de los hombres si nos dejáramos conducir hacia la pobreza y al desaliño? ¿Por qué tantas maldiciones contra el dinero?»
«El dinero no está maldito. Se lo puede considerar como Dios, puesto que está más allá del bien y del mal. Con dinero pueden hacer un gran bien y también un gran mal. Es sólo un instrumento. Pero examinemos las pérdidas y las ganancias. Por un lado, cuando obtenemos una buena ganancia estamos contentos de haberla obtenido, por otro lado estamos preocupados por protegerla. Así, se emplea tanto estrés para obtener riqueza como para mantenerla. Después, si, por un lado, estamos satisfechos por haber alcanzado una buena ganancia, por el otro no estamos contentos de tener que pagar al fisco tanto por impuestos, que reducen las ganancias. Si fuéramos capaces de entender que trabajar tanto para ganar un millón equivale a esforzarse tanto para ganar cien y después dar setenta y cinco al los impuestos, seríamos capaces de vivir felices.»
«¿Es recomendable, entonces, ser pobres?», insistió el industrial.
«Es necesario prestar cierta atención al cuerpo y a su cuidado, y también estar atentos a evitar los inconvenientes de la pobreza, pero siempre precaviéndose de no hacerse tomar por los lazos y de no olvidar la transitoriedad del cuerpo y de los medios destinados a asegurarle las comodidades indispensables. Así todo, cuando depositan en vuestra cuenta corriente bancaria sumas cada vez más elevadas de dinero, quizás están aumentando los fastidios para ustedes y para sus hijos, a los que será más difícil tener una vida limpia y laboriosa.»
«Baba, la prensa y el estrés de la vida ciudadana me quitan todo incentivo a la vida espiritual. ¡Cómo querría retirarme a un lugar donde resulte más fácil meditar y rezar!» La voz sumisa de un joven llegó al oído de Baba, como una especie de invocación.
«Quédate tranquilo», le contestó tranquilizándolo. «Tendrás lo que buscas, aun antes de lo que esperas. Es comprensible tu malestar: quien vive en una ciudad es arrojado por los vientos de las pasiones y de las emociones, obsesionado por deseos fantásticos en imaginaciones salvajes. No le quedan ganas ni ingenio para dedicar tiempo, capacidad y trabajo a objetivos divinos. Les alcanza con leer los diarios para ver cuán loco e insensato está el mundo, cuán fútil es el heroísmo y precaria la gloria. Una vez leído, por las informaciones que da, tírenlo: es un trapo inútil. Traten de vivir sólo esta vez; vivan como si hubieran nacido una sola vez. No se enamoren del mundo tanto que su fascinación engañosa los haga nacer y renacer en esta ilusoria amalgama de alegría y de dolor. Si no saben permanecer un poco de lado, sin atarse, conscientes de que todo es una comedia cuyo director de escena es Dios, corren el riesgo de quedar implicados. Usen el mundo como un campo de entrenamiento para el servicio, el sacrificio, la expansión del corazón y la purificación de las emociones. Ése es su único valor.»
«Tengo una pregunta algo impertinente, Baba. ¿Me permites hacértela?», preguntó una chica. «¿Por qué pasas con frecuencia frente a los enfermos, a veces sin dirigirles siquiera un mirada? ¿No te apenan los ciegos, los numerosos inválidos que están sentados durante semanas a la espera de una palabra tuya, quizá de sanación?»
«Algunos de ustedes piensan que existe una fuente de alegría para el Señor que asume forma humana, pero, si ustedes estuvieran en este estado, no pensarían así. Yo siempre soy conocedor del futuro y del pasado como del presente de cada uno de ustedes. Por esto no me conmuevo tanto, no me dejo tomar por el sentido de piedad. Eso no significa que Yo tenga un corazón de piedra, o que no sepa compartir, que no conozca la compasión. Si ustedes atrancan con solidez las puertas, ¿cómo hacen los rayos de Mi Gracia para alcanzarlos? “Swami -suplica el ciego-, no tengo ojos para ver, y yo deseo muchísimo verTe. ¿Tu corazón no se enternece frente a mi súplica?”. Naturalmente, si su condición piadosa enternece vuestro corazón, ¿quieren que no derrita el Mío? Pero, desde el momento en que conozco su pasado, el ambiente en el cual se formó esa vida, Mi reacción es diferente de la vuestra. Si sólo lo supieran, también ustedes reaccionarían de modo diferente. Frente a la consecuencia de un mal cumplido deliberadamente en vidas precedentes, debo permitir que el sufrimiento siga su curso, mi dolor que a veces viene reducido por alguna pequeña compensación. Yo no soy la causa ni de la alegría ni del dolor; ustedes son los inventores y proyectistas de las cadenas que los atan.»
«¿Por qué no nos es posible recordar lo que hemos hecho en vidas precedentes?», preguntó la muchacha.
«Es como le sucede a un hombre que habla lenguas diversas: si habla Tamil, no le viene a la mente ni una palabra de telugu; cuando habla inglés no recuerda otra cosa que no sean palabras inglesas y piensa en inglés. Si olvidan esta vida y se concentran en las otras, se acordarán de ésas. ¡Pero es bastante raro que abandonen el apego a esta vida!»
Hubo algunos segundos de silencio, después el presidente de los Centros Sai de Italia hizo una pregunta específica concerniente a la Organización : «A veces se presentan a los Centros personas que dicen haber recibido mensajes tuyos para otros, o dicen haber soñado que recibían de Ti órdenes específicas. ¿Cómo debemos comportarnos?»
«Quiero ponerlos en guardia contra la tendencia de algunos que hoy en día se han creado notoriedad aprovechándose de Mi nombre para intereses personales. Sean prudentes y trátenlos como se merecen. Hay también quienes confían en algunos por la absurda razón de ¡creerse portadores de la voz de Sai Baba! Gritan a los cuatro vientos que Baba entró en ellos; afirman con seguridad: “¡Baba entró en este niño, en esa persona!”. ¡Que tontería! ¿Soy quizás un fantasma o un diablo que va a poseer a alguno y a hablar por boca suya? Es toda una estafa recitada para menoscabo de mentes enfermas; no caigan en eso. No crean a cualquiera que les venga a decir que se le apareció en sueño Sathya Sai Baba y le ha encargado que le haga publicidad y que ustedes tienen que ayudarlo. Yo no encargo a nadie ese trabajo, ni en sueño, ni despierto. Se trata de tramposos, que deben ser tratados como tales, sin indulgencia. Otros les hacen ver algo y les dicen: “Sai Baba me quiere mucho; me dio esto”; después les piden plata. Esto es un insulto contra Dios. Finalmente algunos afirman que Yo he entrado en ellos y hablo por su boca. Quieren hacer creer que son mis portavoces y comunicar consejos, exhortaciones, directivas, a otros como si los hubiera autorizado y hablara por intermedio de ellos. Escúchenme bien: yo nunca hablo por intermedio de otros, no me posesiono de nadie, ni uso a otros como medio para expresarme. Yo llego directamente, voy derecho a la persona, así como soy, para conferir paz y alegría.»
Hubo otra pausa de silencio. El presidente de los Centros estaba visiblemente satisfecho y partícipe de esas declaraciones. Conocía muchos casos en los que se aprovechaba el nombre de Baba para finalidades lucrativas o para arrogarse poderes que confunden al sincero investigador espiritual. Después, Baba concluyó con estas palabras: «Siempre Sai está empeñado en avisarles y en guiarlos, para que siempre puedan pensar, hablar y obrar en acto de amor.»
Baba había sido literalmente asaltado con preguntas. Fue una interview muy provechosa, con gran participación de parte de los presentes. Se levantó para ir hacia la puerta. Alguien le preguntó si podía tomar una foto del grupo. Cómo hizo para tener una cámara allí adentro, ¡Dios sólo lo sabe! Y Baba, con gentil condescendencia posó con una familia para hacerse retratar junto al grupito.
Un autógrafo sobre un cuaderno, una foto; una palmada sobre el hombro de un muchacho; después dejó la sala, encaminándose lentamente pero con decisión hacia la salida. Pasó tan cerca de mí, que rozó con su espalda mi tórax. No resistí la tentación de preguntarle si me habría de conceder todavía otras entrevistas. Sin detenerse, me tomó una mano y, recogiéndome con la suya los cinco dedos en un solo manojo, me tranquilizó con un rápido «¡Yes, yes, yes!», pronunciado en un tono de complicidad que significaba: «pero sí; cierto; ¡quédate tranquilo!»
«Baba, estamos a punto de partir», le dije suplicante, como para arrancarle un saludo especial.
«¡Iiih!», me contestó imitando cómicamente a quien llorisquea. «¡Partir, partir! Cada instante es bueno para partir, sólo si el corazón está separado de las cosas de la vida… No se preocupen por el viaje. Yo los asistiré; ¡estaré siempre con ustedes y desde ahora los bendigo!»
Nadie había dado demasiada atención a esa bendición, que podía significar una advertencia. Pero, como suele suceder, las cosas adquieren valor después de que se han verificado, porque han pasado por el proceso de purificación. Como el metal del reloj, que tiene muy poco valor antes de ser transformado en otros componentes de precisión que hacen al mismo reloj, así nosotros no entendíamos de qué prodigio habíamos sido testigos pocas horas después sino al fin de la transformación de la fe y de la confianza en Dios.
Había una atmósfera de alegría infinita en esa sala. Cada uno estaba contento por el otro. Ya no existían confrontaciones, envidias, celos, recuerdos. No había diferencia social, religiosa ni cultural. Éramos una única alma. Baba el propulsor de ello.
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